Dos poemas de Manuel Moya/Violeta C. Rangel




La casa propia


Alguna vez al hombre (pero no a todos los hombres)
le llega la esperanza de una casa propia.
Allí, piensa, podré tender mi ropa,
ver cómo pasa el invierno en la tarde que avanza.
Imaginar las sombras, la quietud de la tarde,
el lento desgastarse de la luz entre unos labios.
Unas botas sin nadie, un perro que duerme,
el hombre que escucha desde lejos su nombre de tinieblas,
oh, sueño de Dakhla, con pájaros dormidos y una torre.
Alguna vez el hombre (pero no todos los hombres)
siente esa verdad, ese escalofrío,
como el camello que sobre sí mismo duerme
y entonces elige, sin querer elige, entre el sí y el no,
entre ser humo o ser piedra. 


Pasiones compartidas 


Es verdad, quisiera desclavarte,
descansar, hacer de tonta,
tomarme un tripi a tu salud
y luego descorchar una granada.
Volar ha sido siempre
una pasión que compartimos.



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